19 octubre, 2021
Por: Daniel González Monery
Desde sus orígenes, en la década de los años 1990, las canciones del género reggaetón han estado en el centro de la polémica mundial por sus letras fuertes, algunas con una alta carga de violencia o de referencias sexuales, pero, particularmente, por la imagen subyugada, cosificada y denigrante que reflejan de la mujer.
Por eso, a propósito del video de la reciente canción de J Balvin, llamada “Perra”, debo decir, pese a que consumo y me gusta la música y el mensaje que transmite la persona de J Balvin, que desde todo punto de vista la composición de dicha canción es un completo desacierto, una absoluta aberración y, sobre todo, la demostración de que la industria musical es, como la letra y el título de la canción, una “perra”.
En el video de J Balvin, que después de la polémica que generó fue finalmente eliminado de todas las plataformas musicales, aparecen mujeres negras con orejas de perro, caminando en posición de animal, mientras el cantante antioqueño las sujeta con cadenas. Luego, aparece la cantante dominicana Tokischa dentro de una casa de perros, le acercan un plato de comida de animal y agita su trasero de esa forma que solo los nacidos en el Caribe pueden hacer.
Imágenes, sin duda, racistas, denigrantes y maltratadoras con la mujer. Y eso, tristemente, es a lo que los niños y los jóvenes le están dando like o me gusta al igual que miles de millones de personas alrededor del mundo.
Durante años, José, que es el nombre real de Balvin, logró distinguirse de los demás siendo quizá el reggaetonero que llegó al éxito y la fama sin polémicas por su lírica. Balvin se presentó por lo que era, como una opción limpia, lejos de la cultura barrial en la cual nació el género y eso lo ayudó a hacerse de un público amplio dentro de nuestro continente para después adaptar las raíces sonoras y estéticas del reggaetón a una mezcla que incluso el público anglosajón o de habla inglesa pudo digerir con facilidad.
Además, su enfoque en romper con la narrativa de su originaria Medellín para transformarla en el consciente colectivo de ser una ciudad, de las más peligrosas del mundo, conocida especialmente por sus problemas de narcotráfico en las épocas cuando el temido Pablo Escobar era su amo y señor, a ser una metrópolis llena de arte y de pobladores bondadosos, le trajo cierto estigma de héroe dentro de su ciudad e incluso del país.
Pero ahora, el autodenominado “niño de Medellín”, se convirtió en “el tibio de Medellín”, título peyorativo que le endilgó el cantautor cubano, René Pérez, Residente, al no poder o no querer pronunciarse con respecto a las protestas que Colombia sufrió a principios de este año en el marco del paro nacional.
Volviendo a la crítica sobre el contenido del eliminado video, empiezo diciendo que las perras, al igual que los perros, son seres vivos, como nosotros, solo que mucho más amorosas e inteligentes. La perra, igual que el perro, es un animal de compañía perfecta, soy testigo de eso porque tengo una que es el vivo ejemplo de ternura y en esto coincidirán quienes tienen la dicha de compartir con ellas.
Por otro lado, cuando se usa el término “perra”, para denigrar a una mujer, cosificarla o, peor aún, para determinarla como un artefacto sexual, que funciona como una maquina productora de placer, solo se está recordando que el patriarcado que muchos dicen que no existe, está más arraigado que nunca, dándole así la razón al movimiento feminista.
Vivimos en una sociedad que se ríe de los chistes sexistas que instrumentalizan el cuerpo femenino, que canta a grito herido canciones que enardecen y legitiman la violencia contra las mujeres, que posiciona la publicidad erotizada, al punto de vender un antigripal promocionándolo con una mujer desnuda, o la que sencillamente dice “la violaron por mostrona, ella se lo buscó”.
Si algo aplica para el sentido denigrante que se le da al concepto de “perra”, es que la industria en general es perrísima o, más bien, el sistema en su totalidad; la música, la publicidad y el entretenimiento que se sostienen con humor racista, misógino, elitista y excluyente. Una sociedad es fácil de diagnosticar analizando las cosas de las que se ríe y lo que decide consumir y en ese sentido, estamos en estado crítico.
El consumismo patriarcal que exige unos esquemas estéticos o unos roles basados en género y absolutamente estereotipados, en los cuales, las mujeres son llamadas a poner su cuota “erógena” y a dar la talla en una humanidad que se vive de manera vertical; realmente el video de J Balvin es solo una muestra de lo mal que andamos, como planeta con todos sus formatos normalizadores de las violencias hacia la mujer.
Estas composiciones son la reafirmación y validación de un aberrante estereotipo de lo masculino como violento, del hombre como una especie de animal, depredador sexual, que va copulando por donde pasa. Pero, sobre todo, reafirma e insiste, una y otra vez, en mostrar a la mujer como un ser de menor valor, que está allí para satisfacer al hombre, dispuesta siempre a recibir maltrato si esto es necesario para complacer sexualmente al “macho”.
De ser un artista con un impacto social enorme que consiguió lo imposible al ser un pilar invaluable para la popularización de una cultura que fue detestada por décadas debido a su lugar de origen, hoy J Balvin parece no entender su propia importancia, las raíces del género al cual dice amar y la historia de su propio país.
Lo que otrora hizo, se admiró y se aplaudió como el primer cantante colombiano y latino que llevó al idioma español a ser el lenguaje número uno en consumo musical en el mundo, rompiendo fronteras socioculturales, dando representación a los latinos en un momento en el cual la comunidad fue atacada públicamente por el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y rompiendo los prejuicios en contra de un género musical que fue detestado justo por cuestiones raciales, ha quedado olvidado en el imaginario popular.
Los artistas son, a día de hoy y sin duda alguna, referentes principalmente de los más jóvenes, que quieren ser como ellos. No se trata simplemente de letras de canciones, sino del imaginario que se viene formando en estos jóvenes y niños de lo que debe ser el sexo, las relaciones entre hombres y mujeres, la rumba, la tolerancia frente a la violencia contra la mujer y las conductas degradantes. ¿Dónde se estará fijando el límite en estas mentes en formación de lo que es tolerable y lo que no?
Aquí no se trata de prohibiciones ni mucho menos. El tema debería ser de conciencia individual y de responsabilidad de cada artista. En un país como Colombia, por ejemplo, donde, según las cifras de Medicina Legal, entre 2015 y 2019 fueron asesinadas 2,7 mujeres en promedio cada día, el 86,6 por ciento de las agresiones provinieron de su pareja o expareja, y el 35,77 por ciento de las muertes de mujeres ocurrieron dentro del hogar, al menos debería ponerlos a pensar un poco lo que están haciendo para disminuir (o aumentar) estas cifras.
Resulta inaceptable y deleznable que cuando la humanidad hace ingentes esfuerzos por superar la inequidad y la violencia de género y empieza a pagar su deuda histórica con las mujeres, se sigan promoviendo, a través de la música y el baile, expresiones que exaltan actitudes machistas y denigrantes contra ellas. Su popularización e impacto sobre los jóvenes empañan el trabajo que desde tantos frentes y movimientos sociales se realiza contra la exclusión femenina.
J Balvin, un artista con un gran reconocimiento e influencia a nivel mundial, al punto de incidir en los gustos musicales de un presidente de los Estados Unidos, debería ser el primero en promover el respeto por la dignidad y los derechos humanos de las mujeres y abanderar el rechazo rotundo a actitudes como las que él mismo fomenta en esta nefasta canción. Como colombianos y ciudadanos del mundo que luchamos por la equidad e inclusión de la mujer, debemos repudiar tales manifestaciones y exigir respeto para todas las mujeres.
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